sábado, 21 de septiembre de 2013

EL ARTE DE MATAR A LOS QUE QUEDARON VIVOS POR (S.G.R.) España


                                        
Paisaje bonitos con movimiento

                     


EL ARTE DE MATAR A LOS QUE QUEDARON VIVOS

    Estaba sentada en un banco del parque, su mente vagaba por abismos infinitos de tristeza. No quería recordar, pero sus pensamientos le llevaban una y otra vez aquel fatídico día: el 11 de marzo de 2004, cuando el destino le jugó la peor pasada de su vida. Hacía un mes desde que ocurriera la mayor atrocidad que los hombres pueden cometer: segar la vida de ciento noventa y ocho personas inocentes porque sí, por Alá o por quién fuera. Pero Alá no era justificación, pensó, ningún Dios dice que se cometa tal delito, pues va en contra de cualquier creencia o cultura. Solo fue una argucia de mentes enfermas de abortos de la naturaleza, de seres crueles y despiadados carentes totalmente de sentimientos o afectos. Los terroristas únicamente eran fanáticos que al creerse en posesión de la verdad, quisieron hacerla cumplir a cualquier precio.
    De pronto la voz de su hija Marta de 19 años y con síndrome de Daw le devolvió a la terrible y cruel realidad. -¿mamá, mamá porque estás tan triste, es por papá, por Tito, Mónica y Javier verdad? yo también lloro y quiero que vengan, ¿Donde están? - Beatriz contestó: en el cielo hija en el cielo- -y ¿no van a venir?-. -No hija, no te preocupes por ellos desde allá arriba lo ven todo y van a seguir con nosotras-. - Entonces la niña levantó la mano hacia lo alto y dijo: - Hola papaíto, Tito, Mónica, Javier, quiero que volváis, mamá llora y yo también-. A Beatriz se le encogió el corazón pero reprimió sus lágrimas para no afectar más a su hija.
    Al ver el cúmulo de nubes negras que se estaban formando y que presagiaban tormenta, Beatriz tomó a su hija de la mano y con paso presuroso abandonaron el parque.
    Cuando llegaban cerca del barrio del pozo, donde residían desde que Marta había cumplido seis años, empezó a diluviar. El agua les golpeaba el rostro hasta hacerles daño. Marta se sentía asustada pero no quería llorar pues le parecía que tenía que cuidar de su madre, ahora que estaban solas.
    Ya en casa, mientras los truenos hacían retumbar la casa y los relámpagos iluminaban cada rincón proyectando siluetas fugaces, Beatriz y Marta se apretujaban la una junto a la otra atemorizadas por la tormenta. Cuando estaba Miguel todo era distinto, él era fuerte y valiente y hacía como si no pasara nada interpretando un teatro donde encarnaba un sinfín  de personajes. A veces se erigía un diestro espadachín dando estocadas aquí y allá; otras era un arquero disparando flechas imaginarias; otras se transformaba en un campeón de kárate que luchaba contra la tormenta. Con él todo era más fácil. Contemplándole se olvidaba de la batalla que se libraba en el exterior. Pero hoy todo era distinto Miguel no estaba. De pronto un trueno hizo que la luz se fuera, la angustia creció en el pecho de la madre e hija.- Miguel, hijos, que solas nos habéis dejado. Dios mío ayúdame a soportar este dolor, este vacío, este frío en el alma que me invade y me arrastra a los pensamientos más oscuros-.Musitó.
    Poco a poco la tormenta fue decreciendo hasta no oírse más que un leve eco en la lejanía. Ambas se incorporaron y a tientas fueron a buscar las velas y la linterna , que se encontraban en el primer cajón del aparador de la cocina. Entonces Marta preguntó: - mamá, papá y los chicos nunca volverán ¿verdad?-. Beatriz con los ojos llenos de lágrimas contestó: - no hija, cuando te vas con Dios nunca regresas-.Entonces su hija le dijo:- pues si ellos no van a volver a esta casa, yo no quiero seguir viviendo aquí. Quiero irme lejos, a San Simón con los abuelos, para que cuando vuelva la tormenta el abuelo nos consuele-. Beatriz miró a su hija con ternura y dijo: -ya veremos-. Pero en el fondo también quería escapar de todos esos recuerdos tan doloroso y tristes que paralizaban su alma. Marcharse de esa casa donde habían vivido todos felices durante trece años.
    Pero no era fácil pues ella tenía obligaciones laborales y Marta tenía todo su mundo en Madrid, su centro, sus amigos...Además una casa como esa no se cerraba de un día para otro. Aún así le prometió a su hija que lo intentaría.
    Metida en la cama pensó: -Miguel cuanto te hecho de menos-. Todavía guardaba en la retina los recuerdos de la noche del 10 de marzo, cuando todos planearon ir al centro, los chicos a sus quehaceres, Miguel a resolver unas gestiones sobre su jubilación y Marta y ella a visitar un centro comercial. Saldrían a las siete menos cuarto hacía Madrid, a la una y media se reunirían para tomar el aperitivo en la plaza mayor y posteriormente irían a comer a a los aledaños de ésta. Después por la tarde, ellas regresarian a casa y los demás a sus trabajos. Mónica al colegio donde impartía inglés, Tito a su despacho y Javier a la clínica veterinaria en la que hacía prácticas y Miguel a terminar sus gestiones. sobre su jubilacióny Marta y ella a visitar un centro comercial. Saldrían a las siete menos cuarto hacia Madrid, a la una y media se reunirían para tomar el aperitivo en la plaza mayor y posteriormente irían a comer a los aledaños de ésta. Después por la tarde, ellas regresarían a casa y los demás a sus trabajos. Mónica al colegio donde imparte inglés. Tito a su despacho y Javier a la clínica veterinaria en la que hacia prácticas.
Cuantos sacrificios para darles estudios, cuantas noches en vela realizando trabajos para una empresa cosmética y así poder pagar matrículas, transporte, comidas, libros y llegar a fin de mes. Y cuando todo rodaba bien, los chicos eran autónomos y Miguel y ella disfrutaban de una vida sin agobios junto a la pequeña, con miles de proyectos: viajes, exposiciones... Todo quedó truncado de una manera atroz e incomprensible. Aún recordaba aquella víspera maldita cuando Miguel dijo que el coche tenía una avería y todos decidieron ir en autobús pues la parada distaba treinta metros del portal. Lejos de ser un contratiempo a todos les resultó un acontecimiento divertido, sobre todo a Marta, pues nunca utilizaban este medio.
Se acostaron pronto, Marta estaba nerviosa, siempre le pasaba cuando se desplazaban. Miguel y ella, tras tranquilizarla, empezaron a hacer un repaso de los acontecimientos de los últimos tiempos. El sacrificio había valido la pena pues tenía cuatro hijos maravillosos y ahora la vida les estaba devolviendo lo hipotecado. No les devolvería la juventud perdida pero no les importaba. Miguel se durmió con una sonrisa en su rostro juvenil -. Fue un presagio-.se dijo así misma. De madrugada Beatriz se levantó pues oyó a Marta llamarle, tenía ganas de vomitar. Le llevó una palangana y fue a la cocina para hacerle una manzanilla. Después de un rato Marta devolvió toda la comida del día. Estaba empachada. Beatriz pensó que al día siguiente no podrían ir al centro, y fue así.
Por la mañana, Beatriz se asomó a la ventana para ver marchar a su marido y sus tres hijos que iban alegres y dicharacheros, Miguel parecía uno de sus hijos ya que se encontraba en perfecta forma física, pues su juventud la había dedicado al deporte, llegando a ser campeón de España de salto de altura. Y ya de casado se había unido a un grupo de ciclo turismo que cada quince días salía de ruta. Beatriz recordaba tumbada en la cama, esa manera que él tenía de mirarla, con ese gesto en la comisura de su boca, esa chispa que él tenía y sobre todo, su forma de ser. Era detallista y la quería con toda su alma. Una y otra vez le recordaba que la amaba tanto que nuca la había traicionado, ni tan siquiera  con el pensamiento. Miguel hacia que los grandes problemas parecieran la mitad, era un luchador nato.
Le vino a la memoria mientras esperaban a que aquel intenso tráfico que circulaba a toda velocidad parase, para poder cruzar a la parada del autobús. Ella lo vio llegar y marcharse sin ellos. Los cuatro volvieron la cabeza hacia el segundo piso donde ella estaba, se encogieron de hombros y riendo levantaron la mano en señal de despedida y se encaminaron hacia la estación. Les siguió con la mirada hasta que se perdieron con la gente y se dirigió a la cocina para prepararse el desayuno. Estaba tomándose un café cuando escuchó un estallido. Se temió lo peor y se dirigió hacia el salón para encender la televisión. Entonces vio que un tres había explotado en Atocha. Estaba con el corazón encogido viendo las primeras imagenes cuando un nuevo boom resonó pero esta vez se escucho cercano, unos minutos después el periodista informó de que dos nuevos trenes había sufrido el estallido de una bomba, uno en Santa Eugenia el otro en el Pozo. ¿En el Pozo! ese era su barrio. De repente llamaron a la puerta. Beatriz albergó la ligera esperanza de que fueran sus familiares que se habían olvidado algo. Pero esto se esfumó rápidamente pues ellos no llamaban nunca, tenían llaves. Era Matilde la vecina del tercer que conmocionada por la noticia bajó para verlas juntas por si tenían que desalojar las viviendas. Cuando abrió la puerta, Beatriz estaba con un ataque de histeria, su vecina al verle le condujo al salón y le preguntó que pasaba. Beatriz no podía articular palabra -Beatriz que ocurre, por Dios di algo-. Entonces esta le contó lo ocurrido. Que Miguel y sus hijos iban a ir al centro en autobús pero que cuando se dirigían a la parada, este se le escapó delante de sus narices y entonces habían bajado calle abajo en dirección a la estación. Tras esto se desplomó. Cuando recobró la consciencia estaba junto a ella Jorge el marido de Matilde, que le dio a oler unas sales y le tomó la tensión. Después de esto cogió el teléfono y comenzó a llamar al móvil a su marido y a sus hijos. -Tengo que hablar con ellos, tengo que hablar con ellos- repetía. En la habitación reinaba un silencio sepulcral mientras ella marcaba una y otra vez los números. Todos se temían lo peor. Media hora después llegó su hermana, preocupada por la llamada que había recibido de Matilde. No entendía nada. -Beatriz que ocurre, ¿por qué estás así? -Beatriz volvió a repetir la historia: - todos iban en el tren-, -¿todos quienes?. ¿Quienes iban en el tren?-. Preguntó su hermana, -Miguel y los chicos, el coche estaba estropeado así que decidieron ir en autobús, pero lo perdieron y marcharon en tren-. Mientras seguía marcando los teléfonos sin obtener respuesta. Su hermana al verla tan agobiada le cogió el teléfono y siguió marcando. Pero todo fue en vano. Entonces Matilde le dijo que irían al lugar de la catástrofe mientras su hermana se quedaba al cuidado de Marta.
Volaban por la calzada, ninguna de las dos decía nada pero en sus rostros se reflejaba la angustia y la incertidumbre. Cuando llegaron al lugar de la catástrofe era un caos. Cientos de personas iban de un lado a otro, unas ayudando en las labores de rescate, y otras heridas. Entre estas últimas Beatriz buscó desesperada a sus familiares. Nada no estaban. Cogieron el coche y se fueron trasladándose a los hospitales donde el SAMUR había informado que iban trasladando a los heridos. Estuvieron así durante todo el día. Pero no los encontraron. Y a por la noche le informaron que todos habían fallecido pues viajaban en el mismo vagón que trasladaba la bomba. Se le hundió el mundo bajo sus pies. ¡Que iba hacer ahora! . ¡Como se lo diría a sus padres suegros...y sobre todo a Marta, ella no lo entendería! . Todos estos pensamientos llenaban su mente. No entendía como alguien podía ser tan despiadado para hacer algo así. También maldijo a Dios por haberse llevado esa parte tan importante de su vida. Por suerte ese pensamiento paso pronto, pues la fe fue un elemento clave  para ir superando el dolor.
Llegada a este punto, Beatriz ya no quería recordar más aquellos momentos, aquel espectáculo dantesco que jamás en la vida olvidaría, las horas que tuvo que pasar hasta dar con ellos, hasta reconocerlos. Le vino a la memoria la imagen de su marido destrozado por el impacto al igual que sus dos hijos varones. Pero todavía era peor el último recuerdo de Mónica, a la que tuvieron que reconocer por el ADN pues fue la que más duramente sufrió el impacto. Evocó después el momento en que llegó a casa y se encontró con Marta. Esta no entendía nada pues no la habían dejado poner la televisión en todo el día, a la par que tampoco emprendía porque su madre llegaba así a casa. Beatriz recordó las palabras exactas que pronunció para que su hija entendiera lo ocurrido: -Veras marta, te tengo que contar una cosa. Esta mañana cuando papá, Tito, Mónica y Javier iban en el tren camino del centro, un ángel bajó del cielo y se los llevó con Dios, pues este quería que le hicieran compañía-.- Bueno pero ya bajaran. ¿ No?  -contestó Marta. - No hija, no, cuando Dios te llama para que subas a verlo nunca más bajas, te quedas allí con Él y con los ángeles-. - ¿Y ellos son ángeles?-. -No lo sé hija, no lo sé, pero no te preocupes porque ellos van a seguir estando contigo, cuando tu les hables ellos te escucharan y en tú interior oirás su respuesta-. Beatriz tumbada en su cama recordaba una y otra vez aquella conversación con su hija. Ella jamás entendió su explicación, a pesar de que intentó contárselo lo mejor que pudo y constantemente preguntaba por su padre y hermanos, como había ocurrido aquella tarde cuando se encontraban sentada en un banco del parque. Su mente se bloqueaba y no quería seguir recordando, iba arrastrando su dolor como un fardo que siempre formaría parte de su cuerpo y de su alma.No quería saber más de toda aquella tragedia, ni del bosque de los ausentes, ni de la madre que como ella había perdido a sus hijos y atacaba al gobierno, ni de psicólogos ni psiquiatras, ya no, todo iba a terminar en su mente, tenía que seguir caminando, sin presente ni futuro, pues tenía unos padres unos suegros.. y una hija que la necesitaba más que nada en el mundo. Por ella, sobre todo, iba a aceptar la propuesta de unos jóvenes de abrir un restaurante en un pequeño pueblo a diez minutos de San Simón, donde vivían su padres y suegros, para darse de nuevo la vida que merecía. El nuevo pueblo se llamaba Cumbres verdes pues estaba en un alto rodeado de montañas y robles centenarios. Además estaba alejado del mundanal ruido de Madrid, justo lo que necesitaba para olvidarse. A Marta le vendría bien aprender a vivir al aire puro sin apenas televisión, radio, o móviles, pues a penas había cobertura. En toda esa larga noche, con todos los negros pensamientos que habían acechado su mente se había decidido hacerlo. Además Marta se lo había pedido esa tarde.
Beatriz hechó un vistazo por última vez a la que durante trece años fue su casa, en la que había vivido tantos momentos felices junto a su marido, al que le encantaba esa vivienda, pues tras muchos años de alquiler, habían conseguido tener una en propiedad. Aquí había vivido lo momentos más felices de su vida, pues tras la adquisición superaron los problemas económicos que durante su matrimonio los habían hacechado. 
Un escalofrío le recorrió la espina dorsal, una lágrima estuvo a punto de rodar por su mejilla pero la contuvo. Su hermana se ocuparía de todo lo relacionado con el piso y de cerrarle los flecos que le quedaban en Madrid. Ellas partían lejos, al norte de España, "la pequeña suiza" como llamaban al paraje, para comenzar una vida nueva. Bajaron la escalera despacio, ya se habían despedido de todos los vecinos, y salieron a la calle. La frescura del viento del mes de abril les invitaba a cubrir sus cuerpos con gruesos chaquetones de lana. Cogidas de la mano se subieron al taxi, y recordó que ya había pasado un largo año y que partía rumbo a una nueva vida, sin los suyos.

S. G. R.

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