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Sus padres fueron Juan Francisco de Pereda y Bárbara Josefa Sánchez Porrúa; su madre era de Comillas y su padre de Polanco, ambas localidades en Cantabria. Se casaron de muy jóvenes, de forma que llegaron a tener 22 hijos, si bien sólo nueve sobrepasaron la juventud y llegaron a adultos. Inicialmente vivieron de la agricultura y de la ganadería en el pueblo natal, donde el autor cursó los estudios de educación primaria, hasta que se trasladaron a la capital, Santander para que José María pudiese preparar su ingreso en el Instituto Cántabro de la calle Santa Clara. A los 11 años, en 1843, fue ya alumno del instituto en el que también estudiaron Menéndez Pelayo, Gregorio Marañón o Gerardo Diego. Durante el Bachillerato es un estudiante mediano, más amante de la caza, la pesca y la vida en contacto con la naturaleza que de otras ocupaciones. Tuvo, sin embargo, un temperamento neurótico e hipersensible desde niño.
Terminados los estudios de
Humanidades, en el otoño de
1852, se trasladó a
Madrid con intención de cursar los estudios preparatorios del ingreso en la
Academia de Artillería de Segovia. Allí se alojó en la calle del Prado número 2, junto a otros estudiantes de su provincia, se interesó poco por los libros científicos, y se dedicó más a las tertulias en el café de «La Esmeralda», los bailes de Capellanes y el
teatro. Años más tarde, al referirse a esta etapa de su vida, diría que comenzó en Madrid:
Una carrera científica que no concluí por falta de vocación para ello.
Por entonces es testigo de la
Revolución de 1854, la llamada «Vicalvarada», donde casi fallece a consecuencia de los tiroteos en las calles, como refirió en su obra,
Pedro Sánchez. En esa época escribió
La fortuna en un sombrero (
1854), comedia que quedó inédita.
Volvió a Santander y en
1855 fallece su madre y contrae poco después el
cólera. Debido a ambas cosas anduvo decaído y desanimado, a pesar de que se recuperó de la enfermedad. Al año siguiente se le presentó una
neurastenia que le dejó postrado y obligó a su familia a enviarlo a
Andalucía, donde permaneció una parte del año
1857. Al aparecer en
Santander el diario
La Abeja Montañesa decidió salir de su marasmo e iniciar una carrera periodística. Allí publicó sin firma o, sobre todo, con el
seudónimo Paredes,
críticas teatrales y esbozos
costumbristas. También fundó en
1858 el semanal
El Tío Cayetano. Prueba suerte en el teatro con las piezas
Tanto tienes, tanto vales (
1861),
Palos en seco (
1861),
Marchar con el siglo (
1863) y
Mundo, amor y vanidad (
1863), con poca suerte. Estos conatos escénicos se publicaron en
1869 con el título
Ensayos dramáticos.
En
1864 había aparecido ya su primera obra notable,
Escenas montañesas, que le convirtió en una celebridad local. El mismo año puso su mirada en Madrid, donde empieza a publicar en
El Museo Universal y en
1866 colabora con otros autores en el libro colectivo
Escenas de la vida, colección de cuentos y cuadros de costumbres. En su segundo libro,
Tipos y paisajes, Pereda se esmeró sobre todo en el relato titulado
Blasones y talegas. En
abril de
1869 se casa con Diodora de la Revilla y dos años más tarde inicia su carrera política presentándose como diputado
carlista por el distrito de
Cabuérniga. El año anterior se había constituido la junta provincial del partido, de la que era presidente su amigo Fernando Fernández de Velasco, vicepresidente su hermano Manuel Bernabé Pereda y vocal el propio novelista. Salió elegido por escaso margen, en parte por la división del voto
liberal. Eso le hizo ampliar sus amistades en Madrid y darse a conocer. Sus ideas carlistas, sin embargo, no le impiden hacer amistad con escritores de ideología contraria, como
Galdós y
Leopoldo Alas «Clarín».
Sobre su experiencia política escribió la novela corta
Los hombres de pro, incluida en su libro
Bocetos al temple (
1876). Entonces dejó la
política para consagrarse a sus hijos durante cuatro o cinco años. Estimulado por sus amigos
Marcelino Menéndez Pelayo y
Gumersindo Laverde, volvió a la
literatura iniciando una especie de segunda etapa en su obra, más centrada en la narración extensa
realista que en el
cuadro de costumbres. Sus
novelas estaban ambientadas casi siempre en
La Montaña, salvo
Pedro Sánchez, y presentaban como tema central la exaltación e idealización de las costumbres del pueblo frente a las urbanas. Sus obras más destacadas son
Sotileza (
1885), obra en la que retrata la forma de vida de los pescadores, y
Peñas arriba (
1895), centrada en los habitantes de
montaña.
Monumento a José María de Pereda en los jardines del mismo nombre. Los grabados que se ven rodeando al busto de Pereda representan escenas de sus obras.
El suicidio en
1893 de su primer hijo, Juan Manuel, le sorprendió cuando estaba redactando el vigésimo primer capítulo de este último libro (en el manuscrito original hay una cruz que señala el triste momento). Este acontecimiento le afectó muchísimo: desde entonces abandonó casi completamente la escritura, se sumergió en una honda tristeza y le acometieron complejos de culpabilidad que derivaron en una
crisis existencial y religiosa. Se agravó su neurastenia y envejeció prematuramente. A duras penas salió de la crisis leyendo el
Libro de Job, pero ya no quiso escribir más. Únicamente publicó su desganada novela corta
Pachín González, basada en un hecho real, la explosión en noviembre de
1893 del vapor
Cabo Machichaco, atracado en el puerto de
Santander con un cargamento de
dinamita.
[editar]Pereda y el habla de Cantabria
Aunque algunos autores actuales han visto en la obra de Pereda trazas de querer recuperar un
idioma cántabro, nada más lejos de la verdad. En
1875 Pereda respondió a una carta enviada por la Real Academia Española el
1 de junio de
1874, donde se le pedía que investigara el modo de hablar de
La Montaña. En esa carta-informe Pereda reconoce que en esa región se hablaba de un modo muy particular y registra muchas de sus voces, documentando en qué zonas se oyen y cómo varían en otras, pero apuntando que se trata de un
idioma vulgar, distinto del
castellano pero que no defendía. De este modo, en tal informe se lee:
De todas las de España que no tienen dialecto propio, y aun exceptuando entre las que le tienen, únicamente aquellas en las cuales se habla vascuence, la de
Santander es, a no dudar, la que más desnaturaliza y afea el castellano en su lenguaje común.
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A continuación divide
La Montaña cántabra en tres regiones (occidental, central y oriental), y describe sus diferencias lingüísticas y sus particularidades compartidas. Acepta también que este modo de hablar es propio de las zonas rurales, diciendo de la zona central o de Santander, que es la más urbana:
Por lo demás, el castellano que se habla en esta ciudad por los hombres de alguna ilustración, es, en cuanto cabe, puro de todo acento y vicio provincial, como sucede entre las personas también ilustradas de los pueblos de la misma región; al contrario de lo que se observa en la occidental, y especialmente en la oriental.
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